de: María Espósito: Leyendas
Mapuches; en: Diccionario Mapuche mapuche-español /
español-mapuche; personajes de la mitología; toponimia
indígena de la Patagonia; nombres propios del pueblo
mapuche; leyendas; Editorial Guadal S.A., 2003; ISBN
987-1134-51-7
Resumen: Un grupo de la tribu mapuche del cacique
Huanquimil en el valle de Mamuil Malal al pie de la
cordillera norte del Lanín estaba cazando a un ciervo que
siempre subió más y al fin lo mataron y regresaron. Pero
parece que fueron en una zona sagrada porque cuando
querían cortar el cadáver del ciervo explotó el volcán con
nubes y terremotos así el sol se desapareció y la tierra
fue cubierta con cenizas. La machi (chamana) indicó para
tranquilizar el volcán falta el sacrificio de la hija del
cacique (Huilefun) en el volcán. Así un chico llamado
Quechuan le acompañó y fueron subiendo en la lluvia de
cenizas. Quechuan se enamoró y al cráter quería ser
sacrificado también dándola besos. Pero el águila del
volcán vino, agarró a la chica y la lanzo en el cráter - y
el volcán se calmó para siempre.
<En las creencias mitológicas de los mapuches, todas las
cosas de la naturaleza tienen un espíritu que las vigila y
cuida. Por eso piden permiso cada vez que tienen que
levantar una piedra, cazar un animal o cruzar un río. Cada
montaña, también, tiene su dueño. Son conocidos con el
nombre de Pillan. Su misión es vigilar - desde las altas
cumbres - las plantas, los árboles, los animales y los ríos
para que nadie los moleste.
El Pillan es un espíritu que protege a la naturaleza de los
grandes abusos del hombre. Cuando el Pillan se enoja,
provoca tormentas, derrumbes y erupciones. Y para
tranquilizar la bronca (explosión) de un Pillan, en
ocasiones se requieren sacrificios muy dolorosos.
La tribu del cacique Huanquimil vivía hace mucho tiempo en
el valle de Mamuil Malal, al pie de la ladera (cordillera)
norte del Lanín. Un día, un grupo de cazadores recorría el
bosque persiguiendo los rastros (huellas) de un
huemul (ciervo
andinopatagónico). Decididos a encontrarlo, comenzaron a
subir la ladera con rumbo a (en dirección de) un (p.273)
manantial (fuente) de agua. Estaban seguros de que el animal
iría hacia allí a saciar su sed.
Al llegar a la cascada, se ocultaron y esperaron en
silencio. Después de un tiempo, el animal llegó al lugar y
se puso a beber el agua transparente. Los muchachos
apuntaron sus flechas, pero un ruido espantó al ciervo, que
huyó rápidamente hacia la cima de la montaña. La persecución
parecía no tener límites. Los cazadores estaban empecinados
(duros) en cazar el huemul. Lo seguirían hasta la cumbre de
la montaña si fuese necesario.
Y así fue. Los cazadores se separaban, subiendo por
distintas sendas, para acorralar (envolver) la presa. A
veces el
huemul
(ciervo) se detenía y luego, asustado, volvía a escaparse,
siempre trepando (subiendo) montaña arriba. Ya estaban muy
alto cuando lo atraparon. El ciervo quedó arrinconado (en el
rincón), y manso (con tranquilidad) esperó el sacrificio.
Así, los triunfantes cazadores pudieron clavarle sus
cuchillos.
Una vez recuperados del éxtasis provocado por la caza,
miraron a su alrededor y se precataron (se daban cuenta) de
que no conocían ese lugar. Nunca habían subido tan alto.
Cierta zozobra (miedo) los invadió. Entonces se levantaron y
comenzaron el descenso, arrastrando el cadáver montaña
abajo.
Al llegar a la tribu, fueron recibidos victoriosos. Nadie se
imaginaba lo que sucedería. Antes de que el cuerpo del
huemul (ciervo
andinopatagónico) fue desollado (sacaron sus órganos), y su
carne, deshuesada y salada, el volcán empezó a humear y a
dar señales de que algo terrible podría ocurrir. Esa noche
todos sintieron el temblor de la montaña. A partir de esa
día, la angustia se hizo dueña de la tribu de Huanquimil. El
humo nubló el cielo y no se vio más la luz del Sol, la
tierra caliente temblaba bajo los pies de los mapuches, una
lluvia de cenizas caía sobre los sembrados. De nada servían
las rogativas (oraciones) a
Nguenechen (el creador del mundo).
El cacique, desesperado, recurrió a la
machi (chamana):
"¿Cómo podemos aplacar (reducir) la furia del Pillan?"
La
machi se
recluyó (se encerró) dos días para meditar. Cuando volvió de
su retiro, nadie podía creer lo que estaban escuchando:
"Tan sólo una ofrenda tranquilizará al Pillan. Pide el
tesoro más preciado de Huanquimil, su hija Huilefun."
La tribu rompió en llanto y en exclamaciones de dolor. La
machi agregó:
"Debe llevarla a la cumbre el más joven y valiente de los
guerreros."
En ese instante, un (p.274) muchacho llamado Quechuan se
adelantó y dijo: "Yo la llevaré."
El cruel sacrificio debía cumplirse; si no, todos morirían
en manos de la furia de la montaña.
Cuando llegó el momento de la despedida, todo era angustia.
Entre lágrimas y gemidos (gritos) de dolor, cada uno de los
integrantes de la tribu se acercó a Huilefun para darle el
último abrazo y agradecerle lo que estaba haciendo por
ellos. Después, Quechuan le tomó la mano a la muchacha y
emprendieron el rumbo obligado: la cima de la montaña. Todos
persiguieron con la mirada sus siluetas hasta que se
perdieron en la oscura nube de humo y cenizas.
Quechuan y Huilefun subieron la cuesta del Lanín sin decir
una palabra. Les faltaba el aliento (la respiración) por el
esfuerzo, y de a ratos se sentaban a descansar sobre las
rocas. A medida que subían, el calor se hacía insoportable,
y el aire, cada vez más escaso. Tenían que taparse la cara
con un manto para no respirar las cenizas que emanaba el
volcán.
A mitad del trayecto, Huilefun no pudo más. Entonces,
Quechuan la cargó sobre sus hombros. Así llegaron hasta el
borde del cráter.
"Ya puedes volver", dijo muy bajito Huilefun. Quechuan no
podía hacer eso; él estaba enamorado de la joven muchacha.
Entonces, la bajó de sus hombros y, mientras la abrazaba con
sus fuertes brazos, le dijo: "Yo me quedo con vos." Luego,
besó los labios calientes de Huilefun.
Se sentaron juntos, abrazados debajo de sus mantos. De
repente, un grito los exaltó. Era el poderoso cóndor, que se
abalanzó (atacó) sobre la pareja y, de un zarpazo (golpe),
arrancó a Huilefun de los brazos de Quechuan. Aprisionándola
con sus garras, la levantó en el aire y la dejó caer en la
boca humeante del cráter. Quechuan, asustado, corrió cuesta
abajo. Al mismo tiempo, la ceniza se comenzó a disipar
(desaparecer) mientras un aire húmedo y frío invadió la
montaña.
Cuentan los mapuches más viejos que fue la nevada más grande
de que se tenga memoria. Duró tantos días, que ya nadie
recuerda cuántos. Así fue como la nieve cayó sobre el cráter
y sepultó (cerró) para siempre su fuego milenario, enfriando
la montaña para salvarla del incendio y cubriendo la tierra
mapuche con su blanco color.> (p.275)