de: María Espósito: Leyendas
Mapuches; en: Diccionario Mapuche mapuche-español /
español-mapuche; personajes de la mitología; toponimia
indígena de la Patagonia; nombres propios del pueblo
mapuche; leyendas; Editorial Guadal S.A., 2003; ISBN
987-1134-51-7, p.271-273
Resumen: El pino es un árbol santo de los mapuches y
fueron reuniones sagradas debajo de su sombra.
Consideraron sus piñones como venenosos y sagrados y no
los comieron. Durante un invierno duro con muchos muertos,
un viejito indicó a un chico que los piñones son para
comer - y así los mapuches no murieron más durante ningún
invierno pero iniciaron una tradición "del gran viaje de
recolección de piñones a principios del otoño"
agradeciendo el pino con oraciones nuevas.
<Desde que
Nguenechen
(el creador del mundo) los puso en el mundo, los mapuches
adoraron el
pehuén
(pino), la araucaria patagónica. Pero, en un principio, los
aborígenes que habitaban estas tierras no se atrevían (no
tenían el coraje) a comer su fruto por considerarlo
venenoso. Sin embargo, debajo de su sombra generosa, junto
al grueso tronco, se reunían los grupos a rezar (orar), con
sus ofrendas de carne, sangre y humo. Hasta hablaban con él,
confesándole sus pecados. Luego, antes de irse, colgaban de
sus fuertes ramas regalos de agradecimiento. Los frutos,
llamados piñones, quedaban tirados en el suelo.
Pero hubo un invierno muy crudo que se extendió demasiado
tiempo. Tanto, que la tribu se había quedado sin alimentos
(p.271), los ríos estaban congelados y los animales habían
emigrado. La gran escasez de recursos hacía pasar mucha
hambre. La tierra se encogía (se escondió) debajo de la
nieve. Muchos resistían el hambre, pero los chicos y los
viejos se morían. Los cazadores salían a buscar comida pero
volvían sin nada. Y algunos se perdían en el intento.
Nguenechen (el creador
del mundo) parecía no escuchar las plegarias (oraciones).
Ante la grave situación, se tomó una decisión desesperada.
Se reunieron todos los caciques vecinos y decidieron que los
jóvenes se dispersaran marchando lo más lejos que pudieran
hasta encontrar alimentos, que cada cual buscara por donde
le pareciera conveniente. Cualquier cosa sería bien
recibida: bulbos, bayas, hierbas, granos, raíces o carne de
animales silvestres. Pero nadie encontraba nada. Las tribus
continuaban muriéndose de hambre.
Sin embargo, hubo un muchacho que - muy alejado de su
ruca - recorría una
región de montañas arenosas y áridas. Volvía hambriento
(flojo) y azulado por el frío, con las manos vacías y la
vergüenza de no haber encontrado nada para llevar a
casa cuando, después de una loma (colina), un viejo
desconocido con una larga barba blanca se le puso al lado.
Caminaron juntos un buen rato, mientras el muchacho le
contaba de su tribu, de sus hermanitos, de los enfermos y de
todos aquellos que tal vez ya no volvería a ver cuando
llegara. El joven le contaba del hambre que estaba sufriendo
su pueblo.
El anciano lo miró con extrañeza y le preguntó:
-- ¿Acaso no son comestibles todos los piñones que están
bajo los pehuenes? Cuando caen del pehuén ya están maduros.
Juntando un poco se podría alimentar a una familia entera.
-- Los frutos del árbol sagrado son venenosos y
Nguenechen (el creador
del mundo) prohíbe comerlos. Además, son muy duros -
contestó el joven.
-- Hijo, a partir de hoy recibirán ese alimento como un
regalo de
Nguenechen.
Entonces, el viejo le explicó que a los piñones había que
hervirlos en mucha agua o tostarlos al fuego, y que en
invierno había que enterrarlos para preservarlos de la
helada. Y apenas terminó de darle las indicaciones, se
alejó.
El muchacho siguió su camino pensando en lo que había
(p.272) escuchado. No bien entró en el bosque, buscó los
piñones bajo los árboles. Todos los frutos que encontró, los
guardó en su manto. Al llegar a la tribu, contó las
instrucciones del viejo. El cacique escuchó atentamente, se
quedó un rato en silencio y finalmente dijo:
--
Nguenechen ha
bajado a la tierra para salvarnos.
De inmediato, tostaron o hirvieron y comieron el dulce fruto
salvador. Fue una fiesta inolvidable. Se dice que, desde ese
día, los mapuches nunca más pasaron hambre. Es más,
inauguraron una tradición: el gran viaje de recolección de
piñones a principios del otoño.
A la hora de rezar (orar), los mapuches se paran frente al
Sol naciente, extienden hacia él su mano en la cual llevan
una ramita de pehuén, y dicen:
A ti que no nos dejaste
morir de hambre,
a ti que nos diste la
alegría de compartir,
a ti te rogamos que no
dejes morir nunca el pehuén,
el árbol de las ramas como
brazos tendidos.>
(p.273)