de: María Espósito: Leyendas
Mapuches; en: Diccionario Mapuche mapuche-español /
español-mapuche; personajes de la mitología; toponimia
indígena de la Patagonia; nombres propios del pueblo
mapuche; leyendas; Editorial Guadal S.A., 2003; ISBN
987-1134-51-7
Resumen: Fueron bellas hermanas Painemilla y Painefilu
y una de ellas (Painemilla) se casó con un cacique rico y
recibió gemelos. La hermana Painefilu ayudó al parto pero
fue envidiosa indicando que fueron dos perritos que
nacieron escondiendo los dos bebe y lanzándolos en un lago
en un cofre. El cacique mandó la madre a una cueva con
perritos. Pero el creador del mundo Nguenechen salvó a los
bebes, un viejito encontró el cofre y cuando los niños
jugaron afuera el padre cacique les encontré y les llevó a
su palacio, salvaron a la madre y la tía mala (Painefilu)
fue quemada. Al fin un picaflor comió un pedazo del
corazón malo de la tía y por eso tiene su forma.
<Cerca del lago Paimun, vivían hace mucho tiempo dos
hermanas: Painemilla (oro azul, p.68) y Painefilu (culebra
azul, p.68). Ambas eran jóvenes y hermosas. Un día, un gran
cacique extranjero se enamoró de Painemilla. La muchacha y
el jefe se casaron y se fueron a vivir a su hermoso palacio
de piedra, construido en la cercana montaña de Litran
Litran.
No había pasado mucho tiempo cuando Painemilla supo que
esperaba un hijo. Uno de los
machis (chamanes) se acercó al cacique y
le dijo: "Serán gemelos: un varón y una mujer. Los dos
tendrán en el pelo una hebra de oro."
Como se acercaba el momento del nacimiento, Painemilla le
pidió a Painefilu que fuera al palacio para cuidarla. Así se
reencontraron las dos hermanas, pero las cosas ya no eran
como antes. Painefilu sentía una envidia inconfesable por
Painemilla. Y tanta envidia sentía que, cuando ocurrió el
nacimiento, Painefilu convenció a su hermana de que había
parido una pareja de perritos y escondió a los hermosos
bebés. Luego, puso a los niños en un cofre y los arrojó al
lago Huechulafquen. En el palacio, Painemilla lloraba
desconsolada, mientras amamantaba a dos perritos. El cacique
no podía perdonar a su mujer por lo que había hecho.
Entonces, echó a Painemilla y la mandó a vivir a la cueva de
los perros.
Con la bendición de
Nguenechen
(el creador del mundo), las aguas del Huechulafquen
protegieron a los hijos de Painemilla. Cierto día, un
anciano que pasaba junto al lago, vio el cofre muy cerca de
la costa. Entonces lo sacó del agua y se lo llevó a su casa.
Al abrir la brillante caja, encontró a los rubios mellizos
de hermosos (p.279) caballeros entre los cuales se destacaba
un pelo de oro.
Una tarde, el cacique caminaba triste por las inmediaciones
del lago, cuando vio jugando a dos bellos niños junto al
bosque. De inmediato, le llamaron la atención esos chicos
solitarios - un niño y una niña - que tendrían la edad de
sus hijos si éstos hubieran sido humanos. Se acercó y quiso
conversar con ellos. Pero al acariciar la cabeza del varón,
sintió el pelo de oro. En ese instante, los tres se
reconocieron.
Sin embargo, el niño lo increpó (renegó) duramente:
"No podemos llamarte padre. Nuestra madre pasa frío y hambre
entre los perros. Te repito: no podemos llamarte padre."
Conmocionado y apenado, el cacique mandó a buscar a los
mellizos para que fueran al palacio de Litran Litran. Una
vez allí, su hijo volvió a regañarlo:
"Queremos ver a nuestra madre ahora mismo. No nos quedaremos
ni un minuto si no la liberas y le devuelves el respeto que
se merece. Si no lo haces, te juramos que no mandarás por
mucho tiempo."
El cacique concedió el pedido. De esa manera, Painemilla y
sus hijos se volvieron a reunir. Apenas se vieron, se
reconocieron y no se separaron nunca más.
Pero todavía quedaba una cuenta pendiente que saldar. Los
niños se dirigieron a la habitación de Painefilu - la tía
traidora que los había separado de su madre - para vengarse
de su terrible acto. La ataron, la empujaron afuera del
palacio y la obligaron a sentarse sobre una roca. Entonces,
el muchacho sacó un objeto que tenía guardado alzó hacia el
Sol la pequeña piedra transparente y rogó (pidió):
"Ayúdame, Antu (el Sol). Necesito que tu calor atraviese mi
piedra mágica. Necesito que tus rayos se conviertan en
antorchas de fuego para destruir a la malvada Painefilu."
El milagro se cumplió y Painefilu quedó hecha cenizas. Sin
embargo, un pedacito de su corazón no alcanzó a incinerarse.
Cuando llegó el viento a dispersar los vestigios, de entre
el torbellino salió volando un pajarito refulgente
(brillante). Era el
pinsha
- el picaflor -, que, según los mapuches, predice la muerte.
Ahora vive inquieto y triste como Painefilu. No se posa
(descansa) en las ramas ni roza (toca) con sus alas el
follaje como los otros pájaros. Tiembla de miedo
constantemente y, como si esperara un castigo, se esconde en
cavernas oscuras o se aferra con desesperación a los
acantilados.>