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Andes: Leyendas del cholito en los Andes mágicos 31-40

de Óscar Colchado Lucio

presentado por Michael Palomino (2012)

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31. EL GIGANTE CANLIN

Fue al terminar el sexto valle donde me encontré con el gigante Canlin y con Juan Osito.

Después de haber caminado todo el día, dormía yo al pie de una montaña, en uno de sus pliegues abrigados; cuando de repente, de lo bien dormido que estoy, siento que alguien me levanta en peso y una risotada como un trueno lo hace reventar en mis oídos.

Asustado, me senté, llegando a comprobar que me hallaba en la palma de la mano de un hombre que no era otro sino la misma montaña (p.81)

o lo que yo creyera asina.

-- ¡Jo, jo, jo, jo! ¡Yo soy Canlin! ¿Has oído nombrarme?

Sus ojos llameaban. ¿Canlin? Por cierto que había oído. En mi pueblo hablaban de él: gigante encantado que en las noches de luna dejaba de ser montaña para convertirse en monstruo comegente. Hasta entonces había pensado yo que sólo era cuento. Pero no, de veras también como decían, su corazón sonaba como máquina, diciendo ¡Canlin! ¡canlin! ¡canlin!...

¿Quieres ver las estrellas? -- habló alzando su mano por encima de las nubes, antes que le respondiera. Un silencio total como si se hubiese vaciado el aire de toda la tierra sentí entonces. Mis ojos se enceguecieron con la luz de las estrellas, ahí cerquitas.

-- ¿Sabes? -- dijo bajándome por fin a la altura de su pecho, llenándome de ese ruido que salía de su corazón, ensordeciéndome --, tengo hambre. En buena hora has aparecido. Lástima nomás que seas tan pequeño; pero tierna es tu carne después de todo. Serás un agradable bocado, ¡ahhhh!...

Diciendo asina alzó su mano para llevarme a la boca. yo cerré  los ojos, temblando, sintiendo la muerte... En eso, una voz como de truena se alzó de abajo, de sus pies:

-- ¡Monstruo maula, cobarde! ¡Deja a ese wambra [quechua: niño]!

Canlin abrió los ojos medio no queriendo creer lo que oía, bajó rápido la mirada y terminó huajayllándose, sacudiendo todo su cuerpo, hasta cansarse. Era un maqta [quechua: juvenil] peludo, un joven mitad gente mitad oso el que asina le hablaba. Acabada su risa, agachándose me puso el gigante sobre el suelo, mejor dicho sobre esa pampa sin fin donde silbaba el viento. Sin mucho apuro, calmoso, se dispuso ahora a empuñarlo al maqta, sin poner cuidado de la honda que estaba haciendo girar éste.

Antes que lo empuñe, la piedra salió silbando, arrojada con tal fuerza que al estrellarse en su frente, Canlin cayó de espaldas sin dar ni un grito, sacudiendo la tierra como un terremoto. (p.82)


32. MAQTA PELUDO

Me has salvado, amigo; gracias -- diciendo me acerqué al maqta peludo a darle la mano.

-- No hay de qué, niño -- me dijo guardando en su picsha [quechua: bolsa de cuero] de cuero su honda y la piedra con que había matado al gigante, que ahora estaba tendido ahí convertido de nuevo en montaña.

-- Ahora sí Canlin ya no volverá a levantarse, está muerto de verdad, antes sólo dormía. (p.83)

-- Y esa piedra, amigo, ¿para qué la guardas?, ¿no hay otras parecidas?
-- Ah, no -- dijo sacándola para enseñarme --, ésta no es como las otras. Ésta es de las que utilizaba Ayar Cachi para derribar montañas, por suerte me la hallé.

Bonita era, redondeadita como chunguito [quechua: piedra redondeada].

-- ¿Y tú por casualidad no eres Juan Osito? -- le dije.
-- Sí -- respondió sin sorprenderse que lo reconociera --, soy.
-- Vaya -- dije --, yo creía que Juan Osito hacía años que había muerto.
-- No, sólo me desaparecí nomás por un tiempo; fue porque me caí al infierno persiguiéndolo a un demonio que le llaman jarjacha [quechua: demonio en forma de llama].
-- ¿Y allí estuviste?
-- Sí, pero cuando salí parece que mucho tiempo había transcurrido; porque al volver, mi pueblo ya no era el mismo; mucho había cambiado y sus gentes también ya eran otras.
-- ¿Y ahora a dónde te estás yendo?
-- A la selva, niño, en busca de nuevas aventuras.

un poco del fiambre que me sobraba todavía de lo que me dio don Rodrigo Egúsquiza, le convidé. Agradecido se lo comió. Después nos despedimos. Él se iba por otro camino. Mientras nos alejábamos uno del otro, yo recordaba su historia. (p.84)


33. JUAN OSITO

Fue hijo de una campesina y de un yanash [quechua: negro], un oso negro. Cuando recogía choclos de una chacra de maíz, la mujer fue raptada por el animal. Vivían en una cueva, situada en una fea pendiente cortada a pico en el río Marañón. Carne de los animales que cazaba el oso, frutos silvestres o de las siembras del valle que robaba, era lo que comían. (p.85)

Cada que salía, el yanash aseguraba la entrada de la cueva tapándola con una peña, dejando adentro a la mujer. En esa cueva nació Juan Osito. Tiempo después, viendo que su madre lloraba queriendo volver a su pueblo, él prometió ayudarla. Sólo un niño era entonces el pobrecito huco mari [quechua: oso]. Cuando ya podía mover la peña que tapaba la entrada, de acuerdo con su madre, ella le pidió al yanash que bajara por agua, y le dio un harnero. Obediente bajó el animal.Y mientras se afanaba queriendo llevar el agua en el harnero, ellos trepaban la pendiente, escapando hacia la cumbre.

La pesada piedra que servía de puerta, mal afirmada al haberla retirado Juan Osito, rodó al abismo en esos momentos. Con harta sorpresa el oso miró al alto. Y vio que el maqta peludo, cargando a la madre, coronaba ya la cumbre. Botando el harnero y dando fieros gruñidos subió esa cuesta. Juan Osito y su madre llegaban ya al pueblo, seguidos de cerca por el yanash.

A los gritos de auxilio, la gente, con palos, piedras, fierros o lo que fuera, salieron a defenderlos. El oso, dando puñetazos, dejaba tendidos a los hombres. Alguien disparó haciéndole saltar las tripas. Pero el yanash, recogiéndolas, las metía con tierra y todo de nuevo a la barriga, y seguía avanzando. Ocultos en una casa, Juan Osito y su madre miraban preocupados. Afanoso, el yanash, a todas las casas entraba buscándolos. Alguien alcanzó al maqta peludo una raja de maguey para que se defendiera.

Saliendo de su escondite, Juan Osito se enfrentó a su padre. De un solo golpe en la nariz le dio muerte. Allí supo el secreto que guardaba el maguey. Desde entonces Juan Osito y su madre vivieron en el pueblo. (p.86)

Pero cuando ella murió, él salió en busca de aventuras por el mundo. Grandes hazañas le recuerdan: como cuando mató a un puma de un sólo puñetazo o cuando castigó a esa alma condenada hasta hacerle encontrar su salvación... De repente dejaron de oírse sus aventuras y ya nadie volvió a saber más de él. (p.87)


34. LA FLOR DE ESCARCHA

Cuando llegué al último valle, todo ampollados mis pies, quedé pasmado. El cielo no era cielo. (Puro vació hacia arriba). La tierra también era negra. Surcada por un río que no llevaba agua. Árboles secos. Sin aves que se posaran en ellos. ¡Taita San Juan!, dije acordándome del Patrón de mi pueblo, ¿qué (p.89)

pues ha ocurrido acá? ¿Por qué pues la maldición ha caído a este valle así de esta manera? Creyendo encontrar más allá de nuevo el verdor, la alegría, rápido rápido avancé. Mas, grande fue mi asombro al descubrir, pasando unos guarangos calcinados, amontonaditos a tanta gente, junto a una laguna. Avisados por alguno, todos se volvieron a verme. Flacos, secos, arrugados, como esa tierra estéril eran.

-- Oiganes -- les dije llegando a su lado después de darles mi saludo -- ¿podrían decirme por cuál lado se llega a la Cordillera Negra?

-- ¿Quién pues eres guagua? -- diciéndome se acercó de los hombres el más anciano --, ¿de dónde vienes? Se te ve lleno de vida a pesar de tu cansancio...

-- De lejanos lugares vengo, taita -- le dije --, buscando estoy el camino hacia mi tierra; quizás ustedes puedan darme razón.

-- Yo te llevaré a tu pueblo, wambra [quechua: niño], no te preocupes -- habló un cóndor hermoso que hasta ese rato callado había estado ahí sobre una peña, rodeado de un grupito de gente. Al verme llegar callaría seguro de lo conversando que estaría.

-- ¿De veras? -- dije con harta emoción.

-- De veras; pero antes, ayúdanos, recién te conozco que eres el elegido por los dioses para librarnos de esta maldición.

-- Tienes razón, hermano cóndor -- habló un hombre delgado como un palito --, él es, él es el enviado para sacar del fondo de la laguna la sulla wayta, la bendita flor de escarcha.

-- De veras, su corazón es puro; no como el nuestro, pecador.

-- Me asusté: ¿tirarme al agua?

-- No tengas miedo, buen pastorcito -- habló de nuevo el cóndor a quien parecían todos respetar --, yo cuidaré volando que no vayas a ahogarte...

Esa flor contiene el germen de la lluvia -- interrumpió otro --, trasplantada a tierra la maldición cesará.

-- Cierto, pecadores hemos sido; pero ya pagamos bastante.

Había súplica en la mirada de todos, ¿con qué valor podría negarme? (p.90)


35. ¡LLUVIA! ¡LLUVIA!

Amarrado por la cintura con una soga que el cóndor suspendía por su otra punta, me zambullí al medio de la laguna aguantando el frío.

¡Achallau!, cristalina era el agua, podía verse hasta el fondo. Reparé para todos lados buscando la flor. Demoré un rato hasta que mis pulmones quisieron reventar. Salí a tomar aire. (p.91)

Cuando de nuevo me sumergí, en un rinconcito, borrosamente distinguí una florcita blanca. Ésa debía ser. La arranqué con cuidado nomás. Un terremoto sacudió la laguna en el momento que nadaba a tierra llevándome la flor entre los labios. Vi cómo se desmayaban algunos, mientras arrodillados oraban otros. Cansado hasta demás, deposité la flor sobre la tierra. Había dejado de mover. De la laguna se elevaban ahora copos de nubes negras.

-- ¡Miren! ¡miren!, son nuestros hermanos que se ahogaron tratando de sacar la sulla wayta.

Las nubes se perdían ya en el cielo. De repente, como si lloraran, se precipitaron en forma de lluvia sobre esa tierra sedienta.

-- ¡Lluvia! ¡lluvia!

Llorando de alegría, abrazados, la gente agradecía al cielo. (p.92)


36. AL FIN MIS MONTAÑAS Y MIS QUEBRADAS

Agarrado de su cuello del cóndor, sobre su plumaje blando, viajaba por fin. Tres días me había quedado, mientras el cóndor hacía muchos viajes invitando a las aves a poblar el valle. Daba gusto ver cómo trabajaba esa gente abriendo surcos y echando semillas. ya las hierbitas brotaban dando alegría y vida. (p.93)

De recuerdo me la llevaba en mi bolsillo una semillita de la sulla wayta. Para sembrarla en mi pueblo, en el lugar más vistoso.

-- Esa flor, como el amor, amanece en los corazones -- dijo el cóndor --; por eso cuídala porque es causa de la alegría...

Apenas le escuchaba yo, mirando boquiabierto las cordilleras, mesetas y lagunas que parecían escapándose de nosotros. Sólo el frío nomás me fregaba, haciéndome tiritar. Y cuando ya me estaba acostumbrando a estar sólo en el aire,aparecieron ante mi vista mis quebradas y mis montañas.

-- ¡Buena, mallku! [quechua: cóndor], ¡wífala! [yeyeye] -- me alegré viéndolo planear buscando dónde asentar. Parecía un dios, con las alas extendidas. Me pregunté si no sería de nuevo el mismo taita Dios Wiracocha, socorriéndome. Los pastores que nos estaban viendo desde las laderas, empezaron a llamarse de cerro a cerro, señalándonos.

-- ¿Cholito es no? ¡Masqui véanlo! -- gritaban.

Y yo, prosista, sacando mi sombrero, lo agitaba con ganas, mientras ya el cóndor asentaba. Entre los que corrían, aparte de mi mamita y mis hermanitos, reconocí a Floria, la pastorita de Ticapampa, que junto con Lucero, mi amado venadito, corrían a mi encuentro... (p.94)

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