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Andes: Leyendas del cholito en los Andes mágicos 11-20

de Óscar Colchado Lucio

presentado por Michael Palomino (2012)

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11. EN LA LAGUNA DE WIRÍ [dios Wiracocha] - [en la casa - en Wirí y la muchacha quiere vivir con cholito]

[En la casa]

Cuando llegué a mi casa, con qué alegría me recibieron. Mi mamita se puso a tostar cancha, mis hermanitos se subían en mi encima o se colgaban de mi cuello y hasta Lucero, mi venadito, de puro contento lamía mi cara, mis manos...

Como tantas preguntas me hacían, tuve que decirles nomás que me fui a Huaylas llevando ganado de un hombre que me había contratado, dejando recado a un negociante para que les avisara y que con lo que me pagó el ganadero compré ese maicito y la alforja. (p.31)

-- Pero con el recado nadie asomó -- habló mi mamita después de avivar la candela con el soplador
-- Hombre para más mentecato, caray... después de prometerme todavía... -- disimulé nomás.

La canchita no lo comí, sólo me serví con hartas ganas las habas, papas y ocas sancochadas que en una lapa puso mi mamita sobre la mesa. Ah, pero eso sí, aguantándome de echarles su salcita y más todavía ají.

[Ir a Wirí y una muchacha]

Cuando llegó el tercer día en que quedamos vernos con la muchacha, yo que me hallaba harto ilusionado con ella y por el agradecimiento que le tenía, arreando mis borreguitas tempranito me dirigí a Wirí asegurándole a mi mamita que por ahí se pasteaba mejor.

Asomándome nomás lo vi la casa. ¡Achallau!, bonita era, como nunca antes había visto yo en ningún sitio, menos todavía en ese lugar donde era todo silencio.Debían ser de oro esos enchapes que relumbraban a la distancia. Las paredes eran de madera; pero de una madera fina, bien lisita y brillosa, según pude fijarme llegando a su lado. La muchacha no apareció al momento, pero las puertas estaban abiertas de par en par. Bonito nomás, dejándolo a mis animalitos de su cuenta, aguaité.

Ahí estaba ella, al fondo, sobre una cama, arrecostada sobre unos almohadones, vestida enteramente de rojo y puesta encima unos tules que apenas se veía que eran blancos porque se transparentaban. Sonrió al verme y me hizo señas que entrara. Ahí en su lado, acariciando mi pelo, me besó en mi cara, en mis ojos.

-- ¿Quieres quedarte a vivir conmigo?

No supe qué responderle. Alargando su mano hacia una como alacena que era, me alcanzó tamaña manzana colorada indicándome que la comiera. Y mientras yo daba el primer mordisco, una música extraña, bonita, que parecía venir de lo más profundo de la laguna que estaba ahí a un paso, se alzó llenándolo todo el cuarto. Con qué alegría bailaba ahora en mi delante, levantando los brazos, extendiendo su tul.

Cuando por la tarde volví arreando mis borreguitas, mi alforja estaba llenita de ricas naranjas y limas. (p.32)


12. WAYRA WARMI [mujer del viento] - [comida sin sal - la muchacha se convierte en una "mujer del viento" en la laguna]

Como a la semana mi mamita empezó a darse cuenta que algo raro me estaba ocurriendo. Primero fue por lo de las frutas que a diario yo traía y que mis hermanitos, a las quitadas, las hacían faltar; y después por la comida, que por qué dizque comía yo sin sal, que sólo los brujos no la probaban.

Ya para entonces la muchacha, que según me confió, había decidido convertirse en una wayra warmi, una mujer de viento, para habitar el (p.33)

fondo de la laguna, me había invitado a entrar en su palacio, bajando por unas escalinatas de piedra blanca, que nunca antes había visto yo viniendo a pastear.

Una ciudad había dentro del agua, y se veía igualito como si estuviera uno encima de la tierra. Los peces o challwas como les llamamos, se paseaban para acá y para allá como aves que nosotros vemos en el cielo. Plantas también habían, bien cuidaditas, formando jardines. Unos hombrecitos enanos, barbudos, vestidos de verde, que nos saludaban sonriendo haciendo una venía, se cruzaban entre ellos andando por las veredas, conversando.

Viéndole su palacio me acordé de ese castillo que había en la tapa de su libro del ichic ollco, y la wayra warmi también se parecía a la muchacha que ahí mismo estaba.

-- Ven, te haré conocer a la madre de la laguna, a su espíritu -- me dijo llevándome de la mano.

Ese ratito yo pensé que sería una mujer o algo asina. Pero no. Un toro barroso era, tamañazo, que resoplaba echado encima de unas acelgas y que los enanos se afanaban adornándolo con moña y enjalma.

-- Esta noche hay luna y debe salir a recorrer los campos.

Recién ahí me acordé de lo que mis paisanos hablaban: "¿No oyen sus mugidos? Bajando está a sembrar su semilla en las vacas chúcaras de la puna."

Era ya tardecito cuando me despedí ese día. Mis borreguitas también se habían desparramado por todos lados y me costó harto trabajo entroparlas. La wayra warmi me despidió recomendándome como otras veces que no probara alimentos con sal. (p.34)


13. CON SAL Y AJICITO - [cholito no es familiar más negando la chica - caldo de gallina con sal y con ají]

Cada vez llegas más tarde, hijo, qué pasa? -- me molestó mi mamita una noche --. Además andas como tonteao, no pareces ser el mismo; ya poco parlas con nosotros...

-- No, mamita, no tengo nada.
-- Tu padrino  don Alberto Montañez ha visto en la coca que hay una mujer que te tiene posesionado y que si sigues así terminarás alocándote.
-- Mentira -- dije --, yo no conozco a nadie. (p.35)

"Mañana vendrás", me había dicho la wayra warmi, "despidiéndote de tu familia por una semana, con cualquier pretexto."

La verdad era que ya me estaba acostumbrando a vivir con ella.

-- A ver entonces si es cierto -- me dijo mi mamita -- vas a tomártelo ahorita, en mi delante, este caldito que te he preparado. Débil estarás también quién sabe...

Caldito de gallina me sirvió, y estaba buen ratito ya humeando en mi delante sin que hiciera yo la prueba de tomarlo. Mis hermanitos con recelo me miraban, y hasta Lucero, dejando de quitarles su yerba a los cuyes, estaba que orejeaba.

-- Medio mal me siento, mamita; me duele la barriga -- le dije.

Entonces vi que le ganaban sus lágrimas y que mis hermanitos se ponían tristes. Eso me conmovió.

-- Bueno, mamita -- dije --, voy a comer; pero no llores.

Así diciendo lo probé el caldo. Medio saladito estaba. Para remate, tenía ají. Confiando en que por una vececita que yo probara sal no sería para tanto ya, empecé a tomarlo con gusto, con ganas, como que de paso estaba extrañando también. (p.36)


14. REPRIMENDA Y ADIÓS - [un sueño con tormenta - vuelo al cielo negro helado]

En la noche fue la reprimenda. En mi sueño se apareció la wayra warmi, colerosa como nunca antes la había visto:

-- ¡Eres un malagradecido! -- me dijo --. Ahora sí nunca más podré volverte a ver. ¡Maldita sea! ¡Desoíste mi advertencia! -- se tiraba de los cabellos y lloraba -- ¿Por qué... por qué te dejé ir?... Pero serás bien castigado por esto. Te arrojaré al primero de los siete valles malditos, de donde no podrás salir; ¡ya verás!

Así diciendo que está vi que venía como a empuñarme y de un de (p.37)

repente siento que me jala de mi cama y me levanta por los aires, ese mismo ratito en que los truenos y los rayos estaban que hacían fiesta y media en el cielo, mientras la granizada caía menudita brincoteando sobre los techos.

-- Apenitas en el destello del relámpago vi su cara de viento de la wayra warmi, en tanto una ráfaga, ¡úúúúú!, me arrastraba hacia un cielo negro y helado. Después sentí como que me soltaban a un abismo oscuro y que todo se silenciaba. (p.38)


15. EN EL PRIMERO DE LOS SIETE VALLES - [camino a nuevo lugar - una mariposa - una voz cantando]

Cuando desperté era de día. Asustado me levanté tocándome mi cuerpo por si estuviera yo malogrado. Pero no felizmente. Apenas me había rasmillado mi brazo. Y eso era todo. Más bien lleno de mullpo [quechua: polvo] estaba mi ropa. Sacudiéndome bien bien, medio azonzado [medio quechua: entontecido] empecé a caminar. Y ahora?, dije, por dónde nomás me voy? (p.39)

Sin rumbo eché a caminar. Un río corría por ahí cerca y había harta vegetación. Este será seguro el primer valle dije dándome cuenta que era un lugar desolado. Río río nomás me iba, acordándome de mi mamita, que ese rato con mis hermanitos me estarían echando menos... Una mariposa de buen tamaño, de lindos colores, como una flor que estuviera volando, asentó sobre la hoja ancha de una planta ahí cerquita donde estaba yo caminando.

Bonito nomás me agaché a empuñarla, pero se me escapó. Más allá, sobre unas matas fue a posarse de nuevo. Sus alitas, transparentándose, llameaban como candela. La disecaré en mi cuaderno, pensé. Después la llevaría a la escuela y la pondría en el rincón donde teníamos pajaritos, lagartijas, sapitos y hasta un zorrito palián disecados. Mucho se alegraría la señorita Amelia, mi maestra, con un animalito como ese en nuestra colección.

Así pensando, bonito nomás me aproximé. Di un manotazo, pero sólo al aire. ¡Caramba, qué viva era! Ahora estaba posada en un espino. Agarré una curpa y le tiré. Como un papelito la vi caer. Alegrándome corrí... Pero al llegar, ya la vi más allá. ¿Qué cosa?, dije, ésta se va a jugar conmigo? ¡No, caray, tengo que agarrarla!

Así fue cómo me desvié del río y, sin darme cuenta, poco a poco, me estaba yo metiendo bien adentro en un bosque, donde los árboles eran tan altos y ramosos que apenitas dejaban entrar los rayos del sol. Desorientado, tratando de oír el rumor del río, que me parecía venir de todos lados, terminé perdiéndome.

Recién sospeché que esa mariposa a lo mejor fue la wayra warmi tratando de perderme en ese bosque para volverme loco. Y como qué, animales feos empecé a ver que se arrastraban entre la maleza y unos rugidos lejanos como de leones se escuchaba. (p.40)

Medio asustado, busqué por uno y otro lado la manera cómo librarme de ese entrevero de plantas, cada vez más tupidas.

Cuántas horas pasarían (ya estaba tarde). Por fin logré salir a un claro o, mejor dicho, a un lugar donde el bosque terminaba, alzándose más allacito una altísima montaña.

Y mientras mis ojos faltaban tratando de dar con algún cristiano, oí de un de repente como que alguien cantara por ahí por donde venía el viento. Emocionado, con ganas de verlo, eché a correr esa travesía... (p.41)


16. LA ACHIKÉ - [la mujer con un aspecto de la bruja achiké - proyecto para regresar al pueblo Rayán]

¡Ay, saputa saputa prendishga!
lampras
lampras
lampras

¡Ay, saputa saputa prendishga!
lampras
lampras
lampras (p.43)

Cantando asina, una vieja junto a un punle [quechua: poza], lo punzaba con espinas a un sapo en el momento que me asomé. Quise darle cara y medio no también, después que con tanto entusiasmo había corrido. Me hubiera escondido a espiarla mejor, si no hubiese sido porque ese ratito, husmeando el aire, sin verme todavía, le oyera yo decir:

-- Huele a gente. alguien anda por aquí cerca...

De pelo ceniciento, nariz larga, con la cara tapadita de granos, esa mujer tenía el aspecto de la achiké, la famosa bruja de la que hablaban en sus cuentos los de mi pueblo; medio tisiquienta también era, tal como la pintaban. Una ligera sospecha me entró al comienzo, pero viendo que ya era tarde para ocultarme, me di nomás valor pensando en los años ya que habrían pasado desde que aquella mujer moriría.

Luego de dar un respingo botándolo al sapo, caminando agachada agachada como una gallina, sin dejar de oler el aire, llegó hasta donde estaba yo paradito.

-- ¡Za! -- dijo al verme --. ¿Quién pues eres? ¿Qué estás buscando por estos lugares?

Medio se alzó un poco queriendo disimular su joroba y hasta una mueca hizo que para ella seguro significaba sonrisa, pero a mí me infundió más desconfianza. Me fijé en su vestimenta: usaba un rotoso traje de color negro desteñido, sombrero granate oscuro, shilpiento, y un largo rebozo sin flecos con su punta que se arrastraba por el suelo.

-- Te pregunto quién eres, ¿oyes o no oyes? -- habló molestándose.
-- Me he perdido, señora -- le respondí --, buscando estoy el camino de regreso a mi pueblo.
-- Y de dónde eres? -- dijo suavizando su fea cara y su voz también -- ¿se puede saber?
-- De Rayán soy pues, un pueblo situado en la Cordillera Negra, ¿conoce?

Se quedó pensativa como haciéndose que recordaba.

-- Ese pueblo está lejos -- dijo después --, yo conozco el camino; mañana te indicaré, ahora ya está muy tarde.
-- No importa, señora, de noche también puedo caminar, indíqueme nomás; hágame ese servicio.
-- Estarás loco, muchacho; de noche es peligroso. Te toparás con (p.44)

almas condenadas y...

¿Almas condenadas? Ah, pucha, eso sí me acobardó, acordándome de esas feas historias que contaban en mi pueblo.

-- Tiene razón, señora -- le dije --, mejor será irme mañana temprano. Por casualidad no tiene posadita que me dé?
-- Claro, hijo -- habló con un brillo medio raro en sus ojos --; allá detrás de esa lomita está mi choza. Ahí como sea nos acomodaremos.
-- Gracias, mamay.

Oscurecía. Un huaychó dando un graznido cruzó el cielo. Ave malagüera. (p.45)


17. NIÑO MANUELITO

Descansa sobre esos pellejos -- dijo haciéndome entrar en su choza --, yo iré a la cocina mientras, a hacer hervir papitas; después te llamaré.

-- Gracias, mamay -- le dije, ya más confiado; parecía buena la mujercita y un engaño nomás su fea apariencia.

Por si acaso diciendo, un ratito la estuve aguaitando por una rendijita que daba a la cocina. Y de veras, afanada estaba prendiendo la candela. Al ratito cuando volví a mirar, vi que había parado un perol sobre (p.47)

el fuego. ¡A pucha! tremenda olla para preparar sólo para dos?, me llamó la atención. No tendrá seguro olla chica, pensé después, bostezando, con ese sueño que me vencía. Tranquilizado ya, me tendí a la cama dispuesto a pegarme un sueñecito olvidándome que hasta hacía poco mi barriga estaba sonando todavía de hambre. Ni bien mis ojos se cerraron, cuando empecé a soñarlo al Niño Manuelito, de quien yo era su pastorcito todos los años en la fiesta de Navidad en mi pueblo, y para quien cantaba villancicos y le hacía ofrendas en la iglesia, con toda devoción.

"Tienes que huir lo más antes que puedas", me dijo en mi sueño, "la vieja achiké está haciendo hervir piedras en ese perol y con engaños hará que te acerques para empujarte. Lo que quiere es alimentarse con tus restos, como ha hecho con otras criaturas. Huye antes que sea tarde. Llévate el peine, el espejo y la aguja que dejo a tu lado, y arroja cualquiera de ellos a tu tras si sientes que viene a darte alcance."

Asustado me desperté pensando en que sólo sería sueño; pero no, cuando miré a mi lado, allí estaban las cosas que dijo el Niño Manuelito que me dejaba. De veras, un espejito redondo, un peine de cuerno, brillosito, y una aguja grande como de arriero.

Antes de guardarlos en mi bolsillo, aguaité por la rendija y vi a la mujer atizando la candela sudada sudada. Después, como presintiendo algo, se paró; y vi que se venía al cuarto caminando despacito sobre la punta de sus pies. Rápido me tendí en la cama haciéndome el que roncaba. Después, cuando sentí que se alejaba, volví a la rendija de la cercha. Ahora metía al fogón las últimas leñitas.

Al poco ratito, envolviéndose en su rebozo, salió. Iba seguro por más leña. Aproveché para ir a la cocina y tantear con un palo lo que hacía hervir. De veras, sólo piedras era. Esas collotitas que abundaban en los ríos. Asustado, sin pensarlo más, asegurándome de llevar conmigo esos tres objetos que me regaló el Niño Manuelito, abandoné la casa y me interné en el monte alumbrado ligeramente por la luna. (p.48)


18. EL PEINE - [en camino - viento de la mala bruja - llama al Niño Manuelito con un peine]

Tanteando tanteando caminaba yo, oyendo mil ruidos que se confundían en ese laberinto de ramas, troncos, bejucos... Procuraba ir en una sola dirección nomás, cortando, no como en el día en que estuve dando vueltas y vueltas por el mismo lugar como un zonzo [loco]. El miedo que sentía por la mujer, me hicieron olvidar los peligros que me estarían acechando quién sabe en la oscuridad. Corriendo en partes donde la maleza no era muy tupida, avancé (p.49)

buen trecho. En eso el rumor del viento que anuncia una tempestad, avanzó hacia el bosque, ¡úúúúúúú! ¡reeeeech!, trayéndose, por lo que  oí, algunos árboles abajo...

Soportando arañazos, latigazos de las ramas, tropezándome, cayendo, levantando, yo corría desesperado maliciando que ese viento no era otro que la achiké, la maldita vieja bruja, que estaba buscando mi muerte...

Sintiendo que ya no podía más, después que la copa de un árbol casito me tapa, no sé cómo me acuerdo del Niño Manuelito y lo aviento a mi tras el peine, como me dijo. Un grito feo que nunca antes había escuchado asina se lo llenó el bosque ese mismo ratito en que un temblor sacudía la tierra. Cuando asustado de fea manera me volví a ver, el bosque había desaparecido y en su reemplazo se alzaba una enorme montaña de puntiagudas rocas en su cumbre, como los dientes del peine.

Respiré aliviado pensando que la achiké chocaría seguro allí y estaría quién sabe muerta al otro lado. (p.50)


19. EL AYA UMA [cabeza sin cuerpo] - [lucha con la loca bruja achiké]

Estrellado el cielo. Las siete cabrillas brillaban cercanas a la mamá killa [quechua: luna], la madre luna. El aire era limpio en esa noche serena, calmosa. Silbando avanzaba yo, por un angosto valle orillado de cerros, esperanzado en que por ahí sería el camino hacía mi tierra. De pronto, de uno de los cerros hubo un desprendimiento de piedras y luego algo que bajaba rebotando como una pelota:

-- ¡Tac pum! ¡tac pum! ¡tac pum!... (p.51)

Abrí bien mis ojos sin correrme todavía. Su cabeza de la achiké era. Clarito la vi cuando un ratito se quedó en el aire suspendida tratando de reconocerme seguro. Esos largos pelos cenicientos, su encorvada nariz como de shingo [quechua: gallinazo] y más aún sus feos ojos de lechuza, no eran nomás de olvidarse fácil. En aya uma se había convertido esa mujer: una cabeza que vuela buscando agua de los ríos y que a veces llora con gemidos que lo hacen helarse a uno.

Pegué la carrera hacia unos montecitos. La cabeza había quedado botada en la pampa acabando de rodar. Le costaba trabajo ahora levantarse. Mientras eso yo alcancé un árbol y empecé a trepar, espantando a un venado que saltó de entre los matorrales y se echó a correr esa travesía, medio oculto entre las ramas.

En eso lo veo a la cabeza, de lo botadita que estaba, darse un fuerte impulso y elevarse por los aires y luego, zumbando como un oronguy [quechua: abejorro], lanzarse tras el venado. Asustado vi cómo el animalito, saliendo de entre los arbustos, enfilaba hacia el cerro seguido muy de cerca por el aya uma, que pensaba seguro que en venado me había convertido.

Descolgándome del lucmo [quechua: árbol de lucma] eché a correr esa bajada, mientras el aya uma se estaría prendiendo ya del cuerpo del animalito. Pero la bruja maldita se convencería seguro que ese venado no era yo, porque al voltear la veo que de nuevo se venía por mi tras, volando. Acordándome de la aguja que me dio el Niño Manuelito, la tiré a mi tras esperando a ver qué ocurría. Y ocurrió que la vieja dio un grito que erizó mi pelo. Cuando me volví, estaba atrapada en un alto cerco de espinas enredados sus cabellos.


20. LOS JIRKAS HABLAN - [la bruja es vencida en un lago]

Con el cuerpo rendido, en una pampa me dormí, rezándole a taita Mañuco y a los espíritus de los cerros cercanos, los jirkas, que me protegieran de algún peligro. Como a la madrugada sería, desperté cuando los cerros estaban hablando:

-- ¿Qué hace ahí ese pobre niño tiritando? -- preguntaba uno.
-- Perdido estará seguro -- respondió el otro --. Nos pidió protección, ¿no oíste? (p.53)

-- Sí, claro; allau criatura, siquiera a nuestras cuevas se hubiera venido.
-- Oyes eso como lamento que viene de lejos?
-- Será el viento...
-- No, no parece.
-- ¿Algún alma en pena?
-- Eso sí tal vez.

¿Alma en pena? Más parecía la voz del aya uma. Se habría desprendido del cerco de espinas quién sabe. Rendido como estaba, confié en el espejito que tenía; algún milagro hará diciendo.

-- Su lamento duele -- decía uno de los cerros.
-- Pasará por la pampa. Ojalá nomás no despierte al wambra [niño].

La luna se ocultaba. Si el espejito no me socorre, los jirkas lo harán, pensaba yo, confiando en los espíritus bondadosos de las montañas. Con pereza me levanté.

Volando a ratos, otras veces dando saltos, oliendo mi rastro como allko [quechua: perro], pero sin verme todavía, se hallaba ya bastante cerca. Entonces fue que con todas mis fuerzas lo aventé el espejito en el momento que avanzaba rebotando, ¡tac pum! ¡tac pum! ¡tac pum!... Al tocar el suelo, el espejito se convirtió en una tremenda laguna. Y el aya uma, que acababa de dar un salto, en vez de rebotar en la tierra, se hundió en las aguas, sin poder detenerse a tiempo.

Quiso emerger como sea, elevarse, pero las aguas la vencían y sólo glogloteaba desesperadamente. Sus pelos se desparramaron sobre su cara, chorreando agua, y estaba que se asfixiaba, sin tener manos para retirarlos. Un buen rato luchó todavía, hasta terminar perdiéndose del todo.

-- ¿Viste? -- habló uno de los jirkas.
-- sí, era su cabeza de la achiké, la maldita bruja del primer valle.
-- Pero, ¿a qué venía?
-- Parece que siguiéndole al wambra; para hacerle alguna maldad seguro.
-- ¿y la laguna? ¿Dé dónde salió la laguna?
-- El wambra la hizo aparecer. Está visto que lo protegen los otros dioses...
-- Mira, ya amanece; saludémosle a Inti, nos está hablando...(p.54)

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